Por el Duero internacional, de Muga de Sayago a Fariza

Fuente: NoticiasCyL.com
Fecha: 23/09/2020.


Este inicio de otoño, con el virus planeando, cuando las gentes –las más- se refugian en sus lares-, nos perdimos –es un decir– por tierras de Sayago y Los Arribes del Duero zamoranos, una comarca con mucha importancia en nuestro pasado, cuando, allá por los años de juventud, recorríamos pueblo a pueblo buscando verbenas y encierros. Aunque, también, la relación familiar más directa anida en el municipio de Almeida. El caso es que, tras desayunar en Salamanca, cogimos la carretera hasta Ledesma, donde giramos a la derecha y nos adentramos, bajo oscuras tinieblas de otoño, por esas tierras salpicadas de rocas y guijarros. Cruzamos fincas como La Vádima, Pelilla y Zorita, y también Almeida –antaño próspero pueblo harinero-, como también Bermillo para desviarnos a Muga de Sayago y penetrar en el corazón de la comarca de Sayago.

El cortineo sayagués

La diversidad del paisaje de esta comarca sayaguesa sorprende a cada paso al visitante, en especial, los imponentes berrocales de peñas con formas caprichosas, cuya presencia aumenta a medida que nos alejamos del este cerealista y nos acercamos al oeste del arribe y de la raya con Portugal. Alcornoques, encinas, quejigos y robles, junto con matorral bajo de cantuesos, escobas, jaras y piornos se abren paso entre las rocas, cubriendo muchas de sus tierras, mientras que los enebros bordean las riberas de los ríos o los fresnos y negrillos las cristalinas riveras, lo que nos hace pensar si algo, salvo la comadreja y la raposa, habitará estas tierras. Sus pueblos conservan aún su arquitectura tradicional propia e inconfundible, donde la piedra juega un papel esencial, tanto en la edificación de viviendas con mampostería careada, como las paredes de mampostería en seco de fincas que circundan sus característicos cascos urbanos, y que los sayagueses denominan ‘cortineo’. Integradas en el paisaje natural adehesado de Sayago, sus cortinas y cortinos -estos de menor tamaño que las primeras- son parte relevante del patrimonio etnográfico de estas tierras y que, a pesar de su sobriedad, le confieren una especial belleza cuando avanzamos por la carretera o nos perdemos por los huertos que jalonan los pueblos. Los kilómetros de pared, en completa armonía con su entorno, llaman de inmediato nuestra atención, hasta el punto de que muchos las consideran como uno de los elementos que más pueden identificar y diferenciar la cultura sayaguesa. Su origen es la respuesta que los duros sayagueses han dado durante siglos, quizás milenios, a la necesidad imperiosa de proteger rebaños, cultivos y propiedades en un territorio tremendamente austero, en el que abunda la piedra de granito y que, ahora, algunos quieren explotar.

Seguimos la carretera, al ritmo cansino de una fresca y ventosa mañana  otoñal para inundarnos de olores a tomillo, a jara seca, a carrasco, a brezo, a barbecho y a humedad. Pero, también, rodeados por un paisaje ocre como La Raya misma, al que guardan las águilas y los milanos como centinelas en las alturas. Un cigüeñal rancio habla de otros tiempos, de su soledad y su abandono. La curiosidad nos obliga a inclinarnos en el pozo, que emana frescura de su oscura profundidad. Aún sin adentrarnos en pueblo alguno, la civilización con todo su desarrollo, pensamos, ¿habría llegado a esos municipios que salpicarían nuestro camino de vida e historia?

De Muga a Fariza, antes de almorzar en Sendim

Tras dejar atrás Bermillo, cogemos una carretera que sale a la derecha, ya muy mejorada desde nuestra otra visita, que nos conduce hasta Muga de Sayago. Numerosas cruces pétreas nos dan la bienvenida, que encontramos en casi todos los caminos, siendo algunas de ellas de especial belleza. De ellas destacan la situada en dirección a la ermita de Fernandiel, otra en la ruta hacia Villar del Buey y, en especial por su labor, el crucero instalado en la plazuela de la Iglesia. De este último hay que destacar la gran originalidad en su diseño, formada por una columna cilíndrica rematada en pedestal sobre el que se encuentran cuatro volutas caladas que, a su vez, sujetan una minúscula columna sobre la que se apoya la delgada cruz del remate. Ésta, a pesar de carecer de iconografía, ha de ser considerada como un ejemplar de especial interés. Poco más que decir de Muga, un pueblo que pierde, a pasos agigantados, su identidad sayaguesa con construcciones extrañas.

De Muga marchamos a Tudera –una entidad local menor adscrita a Fariza-, cuyo nombre bien puede tener orígenes prerrománicos de ‘tuera’ –trozos de madera-. Nos llama la atención su iglesia, a las afueras del pueblo, así como sus dos ermitas de Santa Bárbara y Santa Catalina consagradas a ambas santas —la primera previene de las tormentas, y la segunda del contagio de la rabia—. También nos fijamos en los pontones sobre una ribera y multitud de nidos de cigüeña. Después de Tudera nos encaminamos a Argañín, nombre que nos inclinamos a admitir de procedencia árabe, Ar-Gañín, que puede significar iglesia. Hasta seis molinos de agua llegó a tener Argañín en otros tiempos a lo largo de su rivera y de los que en la actualidad sólo quedan las ruinas, nos explica un hombre que avanza con su burrito, ‘¿pa qué quié saber mi nombre?’, negado a su identidad. También observamos una fuente, que dicen del Concejo, de bonita arquitectura y a pesar de diversas reparaciones sigue siendo un lugar de encuentro y en otros tiempos de obligado trajín en busca del agua para el consumo familiar.

Seguimos adelante, al encuentro de las entrañas del Duero. Antes cruzamos Gamones, nombre que nos trae a la memoria la obra ‘El tesoro’ de Miguel Delibes, ambientada en una localidad rural llamada Gamones, que guarda algunos paralelismos con el auténtico pueblo pero siendo sus características, parajes y gentes fruto de la imaginación del escritor. En este pueblo encontramos un precioso potro, que no dudamos en inmortalizar con nuestra Nikon.

Pero nuestra meta, a estas horas de la mañana, es llegar a Torregamones, del que sabemos cuenta con un gran patrimonio etnográfico e histórico, como nos apunta el amigo Antonio Carrascal, el que fuera director del Instituto Fray Luis de la capital salmantina y ahora goza de la placidez del buen descanso, quien tiene una preciosa casa en este municipio, y nos incita con invitación posterior a conocer la grandiosa naturaleza y patrimonio etnográfico de Torregamones. Las numerosas construcciones que nos legaron los antepasados y que forman parte de la historia: molinos, fuentes, chiviteros, iglesia, ermita y, cómo no, el fuerte nuevo de Bozón restaurado recientemente y de un gran valor histórico y cultural. Nos comenta Antonio que donde realmente se aprecia el valor del pueblo es en la gran biodiversidad que lo rodea, con un entorno privilegiado dentro del Parque Natural Los Arribes del Duero. El municipio dista unos 9 kilómetros de Portugal, por tanto, la vista de Miranda do Douro, al otro lado del río, es soberbia. Las calles parecen devolvernos a siglos pasados, con sus casas construidas en granito, cruceros en las calles testigos de la fe de sus habitantes, calles donde parece que no pasa el tiempo y con sus gentes viviendo sin prisa y con mil leyendas que contar… Quedamos con el amigo Antonio Carrascal en volver otra jornada para regresar a un pasado donde todavía mandan las tradiciones ancestrales. Por ello, todo lo demás como sus apuntes históricos, naturales y arquitectónicos quedan pospuestos.

Regresamos sobre nuestros pasos para dirigirnos a Villardiegua de la Ribera. El olor a quemado impregna todo el ambiente. En prados y cercados, arboledas y monte bajo aún es perceptible el desastroso efecto de las llamas tras un devastador incendio, que obligó a evacuar el municipio y trajo dolor, rabia y muchas pérdidas a los sufridos sayagueses. El municipio, ribereño del Duero en sus arribes zamoranas, tiene un encanto especial con sus palomares que salpican pequeños montículos, y los huertos que jalonan el núcleo urbano. Y fuentes. Muchas fuentes que dan cuenta de un pueblo rico en agua. Llama nuestra curiosidad, al lado de la iglesia, una mula vetona traída del Castro de San Mamede -también conocido como Castro de San Mamed o de Peña Redonda-. Este castro se encuentra situado a unos 4 km en lo alto de un cerro que, a su vez, se encuentra coronado por un bolo granítico que ha dado nombre al paraje. Nos comenta una abuela, que huye de nuestra cámara, que “mucha de la piedra que hubo, fue acarreada para la construcción de cortinas y en las casas del pueblo”. La Mula o más conocida como La Yegua, como sería conocida antiguamente, pudo ser el origen del nombre de Villardiegua o, lo que es lo mismo, la Villa de la Yegua. El verraco está tallado en una única pieza con dimensiones de 2,10 metros de largo por 0,74 de ancho. También de San Mamed son originarias las estelas romanas que es posible divisar en las paredes de muchas de las viviendas del municipio.

Seguimos atrás sobre nuestro camino para encaminarnos a Badilla, que es atravesado por el arroyo Mimbre junto al que aparecen pequeños huertos rodeados de piedra y regados con cigüeñales, y en el que se encuentran tres molinos, Pachón –el que conocimos-, Cabildo y Carrizo. Así como varias fuentes, entre las que destaca la de La Peral, con bóveda de cañón y dos abrevaderos tallados en granito.

De Fariza a Tras-os-Montes 

Fariza tiene el sabor del gusto, del cuidado. Pequeños y variados jardines salpican el transcurso de la travesía. Las casas, unas nuevas guardando forma con las otras perdidas en el tiempo, ejemplarizan la lucha del hombre por sobrevivir donde no habita más que el olvido. El municipio cuenta con varios cruceros como la pequeña cruz del camino de Palazuelo. De especial interés es también el crucero cincelado allá por el 1771 y situado frente a la puerta de la Iglesia, formado por una base cúbica sobre la que se asienta una alta y delgada columna, la cual sujeta arriba una fina cruz. Este signo posee los brazos terminados en una especie de florones de cuatro gruesas hojas. Además, el Santuario situado sobre un castro colgado por encima del profundo cauce del río Duero, donde se celebra la romería de los Viriatos o de Los Pendones, tradicionalmente realizada el primer fin de semana de junio, a la que concurren los vecinos de Argañín, Badilla, Cozcurrita, Mámoles, Palazuelo de Sayago, Tudera y Zafara que con sus pendones, «pendonas» y las cruces procesionales de cada parroquia, salen a procesionar juntos hacia la ermita de Nuestra Señora del Castillo. Nos prometemos acudir a tan especial evento tradicional y religioso, como nos aconsejan en el bar El Castillo, donde saboreamos un café de puchero herbido en cocina de gas que nos recuerda nuestros primeros años de niñez. Además, nos hacemos con unas bolsas de ‘cocos’, magdalenas y polvorones artesanales elaborados en un horno situado junto al mismo bar.

En Fariza dan horas de comer. No lo pensamos. Cruzamos el Duero por el embalse de Miranda, ascendemos al municipio, y pasamos de largo –son muchos los turistas que hacen fin de semana y no buscamos aglomeraciones- y acudimos hasta Sendim, a la placita de la iglesia y en la placita está el restaurante A Gabriela -del que hablaremos en otra ocasión, por su gastronomía y su historia en la historia de las letras portuguesas-. La señora Adelaida, nieta de Gabriela, nos propone Posta de vitela á Mirandesa. La tajada de ternera, enorme, viene nadando en una vinagreta, y para que quepa en el plato –posta/puesta- hubo que cortarla, y así no gotea en el mantel. Los caminantes creen estar soñando. Carne blanda que el cuchillo corta sin esfuerzo, tratada en su justo punto en las brasas de una preciosa chimenea, y esa salsa de vinagre, alho/perejil y aceite de oliva virgen hace sudar a las mejillas y ésta es cabal demostración de que existe felicidad en el cuerpo. Los caminantes están comiendo en Portugal -en su viaje por Los Arribes y Sayago-, tienen los ojos llenos de paisajes pasados y futuros, mientras preguntan al vaso de vino, que no responde y, clemente, se deja beber…


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