Los valores universales, tales como la paz y el amor, son innatos en el alma de cada ser humano. Traen calidad y dignidad a nuestras vidas. Por este motivo, los valores son quizás nuestra posesión más valiosa. Le dan brillo a la vida.
Nadie puede robar esta propiedad, ni nadie puede quemarla. Los valores no pueden perderse para el alma, le pertenecen para siempre.
Los valores, sin embargo, pueden ser negados. Pueden quedar enterrados bajo la influencia negativa de otros y del mundo. El signo de esto es que aunque se habla mucho de los valores, pocos son los que los demuestran en sus vidas, en la práctica. El resultado de esto es la belleza artificial.
Los valores no crecen fácilmente en una mente llena de negatividad. Tal terreno se ha de preparar con la pala de la esperanza y hacer fértil mediante el agua del pensamiento elevado y los sentimientos generosos del corazón. Entonces nuestros valores, como semillas, crecerán de dentro afuera.
(El texto anterior está extraído de internet).
En definitiva, recuperar el que cada uno de nosotros sea auténtico es una de las claves para que el ser humano evolucione hacia uno mismo y hacia el entendimiento con los demás, para mejorar la convivencia entre todos, pues nadie conocemos la verdad, nadie individualmente tenemos la razón, como mucho… en una ínfima parte.
Sólo puede atisbarse una verdad un poco mayor y que satisfaga a todos si al completo trabajamos unidos. Al menos así, todos tendremos cabida en nuestro proyecto Torregamones sin que nadie tenga que imponer a los demás nada y nadie esté por encima ni por debajo, es decir, construyendo una convivencia plena, sin ningún tipo de prejuicios ni bajas pasiones en la que sea posible, en la que haya siempre predisposición para entenderse entre todos, sin obcecarse en intereses individuales, teniendo siempre en mente al conjunto del pueblo, para poder pactar, para que sea posible levantar el pueblo gracias al compromiso, generosidad y esfuerzo de todos sin excepción, cada uno en lo que le sea posible.
Un abrazo y gracias por leerme
Roberto Sastre