Recuerdo especialmente aquellos años desde la infancia en los que iba a pasar las vacaciones de Semana Santa y verano con los abuelos.
Siempre que miramos el pasado solemos añadirle tintes con cierta nostalgia, de aquellos buenos años vividos, como sólo saben hacer los niños: disfrutando el momento y nada más.
Una anécdota graciosa: Debía de tener unos diez años, y por aquellas fechas ya cogía el autobús, cargado de maletas, para ir hasta el pueblo. Por aquel entonces, hacía un transbordo en Bermillo de Sayago y tras una media hora, salía el nuevo autobús para hacer la ruta por los pueblos cercanos, entre ellos Torregamones.
El caso es que aguardé en el lugar en el que solía parar el autobús en cuestión… pero no llegaba… Tras media hora, veo que pasa por delante de mí un autobús pequeño, sin parar,…
Y así fue, como perdí el primer autobús de mi historia.
Debía haber parado en otro sitio, por motivos desconocidos para otra señora de Luelmo y para mí, pero la cuestión es que estábamos «abandonados a nuestra suerte» en un pueblo intermedio de nuestro viaje y teníamos que llegar a nuestro destino.
La solución al enigma fue que compartimos un taxi. Cuando llegamos a casa de los abuelos, recuerdo que fue gracioso; mi abuela se quedó perpleja cuando le dije:
«Abuela, paga el taxi»
…y me metí en casa con las maletas para ir colocando todas las cosas.
Eran los años 80: 17 km, 800 pesetas. No se me olvidará nunca 😉
Un abrazo
Roberto Sastre