Fuente: za49.es
Fecha: 09/06/2025.
A lo largo de su vida ha sido pelotari, directivo, comentarista de radio y gestor institucional. Pero si algo ha sido siempre, es parte de un equipo. Un constructor de comunidad. Este sábado recoge el Tierras de Zamora por su trayectoria deportiva.

En una tierra donde el silencio de los pueblos se confunde con el eco de los frontones vacíos, hay nombres que se pronuncian con respeto, con nostalgia, con la certeza de que no todo se ha perdido. Ricardo Ferrero, el hombre que jugó la vida a mano abierta, es uno de esos nombres. Más allá de los trofeos, más allá del marcador, Ferrero ha sido un pelotari, sí, pero, sobre todo, ha sido una pieza imprescindible de ese engranaje invisible que sostiene lo que merece la pena conservar: el alma de una comunidad.
Este año, en unos días, le llegará otro reconocimiento público. El sábado, 14 de junio, recogerá el Tierras de Zamora en el apartado deportivo, un premio que, más que un galardón, es una caricia emocional de la tierra a la que ha dedicado su vida. “Estoy orgulloso de recibir este premio porque se entregará en el Día de la Provincia”, nos dice emocionado. “Me gustaría compartirlo con mis compañeros, todos los que he tenido a lo largo del tiempo, tanto en el aspecto deportivo como en el directivo”, remarca.
El valor de los invisibles
No es la primera vez que habla de esos compañeros ocultos a ojos de los demás. No le gusta acaparar focos, quizás porque sabe, como solo saben los que han liderado con humildad, que las grandes gestas se levantan entre muchos. “Siempre he dicho que hay gente en la sombra que hace que las cosas funcionen. Siempre he considerado que lo importante son los equipos. Cualquier líder sin equipo está condenado al fracaso”, dice con contundencia.
Ese sentido del nosotros por encima del yo es la marca indeleble de toda su trayectoria, tanto dentro como fuera del frontón. A lo largo de su vida ha sido pelotari, directivo (Presidente de la Delegación Provincial de Pelota), comentarista de radio (25 años en Cope Zamora), y gestor institucional. Pero si algo ha sido siempre, es parte de un equipo. Un constructor de comunidad.
La infancia entre muros y sueños
Todo comenzó en Torregamones de Sayago, entre piedras centenarias y el rumor de las campanas de la iglesia parroquial. Ahí, con solo siete años, Ricardo comenzó a golpear la pelota contra una de las paredes del templo. “Recuerdo cuando empecé a jugar… en una de las paredes de la iglesia parroquial. Después, cuando mi familia se trasladó a la ciudad, lo hice en la calle San Vicente, lo que fue en su día el Corral de Comedias”, rememora con nostalgia.
Eran tiempos de juego improvisado, de aprender con las manos y los ojos, sin más reglas que las que dictaba la pasión. El frontón no era un lugar específico, era un estado de ánimo, un rincón robado a la rutina donde los chavales moldeaban su carácter a golpe de pelota. “Era un lugar donde la gente jugaba y aprendíamos”, cuenta.
Pero el tiempo, implacable, fue llevándose esos espacios. El crecimiento urbano transformó los solares en edificios. La ciudad perdió el pulso de la pelota a mano. Solo resistía el frontón de la Ciudad Deportiva de los Salesianos, hasta que la diócesis levantó uno nuevo que vino “a solventar el problema que había en la ciudad de Zamora”.
El Rubio: cuando el coraje tenía nombre
Quienes le vieron jugar no lo han olvidado. Tenía un apodo, “El Rubio”, que aún resuena en los círculos de los amantes de la pelota. Ricardo nunca presume de su destreza. De hecho, suele esquivar los halagos con una sonrisa prudente. “Tienen que decir los demás cómo era como jugador”, dice con sencillez.
Pero los hechos hablan: junto a su compañero Alonso, ganó a las parejas titulares de la Federación Guipuzcoana en San Sebastián, y vivió su partido más completo en el frontón Adarraga, de Logroño. “Recuerdo, sobre todo, los partidos que comenzaban a las cinco de la tarde y terminaban de noche”, sonríe. Eran jornadas maratonianas de entrega, de tensión, de comunión con el público. Partidos donde la técnica y la táctica se entrelazaban con la voluntad. El cuerpo resistía porque el corazón empujaba.
Un homenaje con raíces profundas
Hace apenas unos meses, en septiembre de 2024, recibió un homenaje en el frontón de San Atilano que reunió a pelotaris de toda España. Un reconocimiento que, en sus palabras, “fue muy emotivo”. No solo por el acto en sí, sino por quiénes lo organizaron: “Exjugadores y directivos”. Era, de nuevo, el aplauso de sus pares, los que conocen de verdad lo que cuesta mantenerse fiel a unos valores durante tantos años. “Resultó muy emotivo para mí y para mi familia, más viniendo de personas del frontón”, expresa.
El declive de la pelota en Zamora
Pero no todo en la memoria de Ferrero son luces. También hay sombras, como el triste retroceso de la pelota a mano en Zamora. “Prácticamente ha desaparecido. No puedo engañar a nadie. Es una lástima”.
Para Ferrero, el deporte no se sostiene solo con talento. Necesita estructura, voluntad colectiva y vocación de servicio. “Necesita de equipos muy fuertes y de deseo de darse a los demás, que es en lo que consiste ser un dirigente deportivo”, relata.
Y esa es, tal vez, la lección más profunda que nos deja: que el futuro no se improvisa. Se construye. Y que cada generación tiene la responsabilidad de sostener el legado que recibe.
Una vida dedicada a Zamora
A lo largo de su trayectoria, Ricardo Ferrero ha representado a Zamora allá donde ha estado. En los frontones del País Vasco, en los pasillos de la Federación Española de Pelota, en las ondas de radio o en los despachos provinciales. Siempre con la bandera invisible, pero sentida, de su tierra. “Quiero que se me recuerde únicamente como un hombre cuyo deseo ha sido siempre servir Zamora, a mi provincia. Soy un representante, y lo he sido de mi provincia”, expone.
No busca otra cosa. Ni estatuas, ni titulares. Solo que cuando se pronuncie su nombre, se piense en alguien que lo dio todo por los demás. Que fue más prudente que atrevido. Más generoso que ambicioso. Más pelotari que político.
Un eco que no se apaga
Zamora, tierra de silencio y memoria, aún guarda entre sus piedras el eco de las pelotas que rebotaban en las paredes de la parroquia de Torregamones. Y en ese eco vive la historia de Ricardo Ferrero. Una historia hecha de humildad, de trabajo en equipo, de amor por lo que se hace. Una historia que no necesita exagerarse, porque la verdad, cuando es profunda, emociona por sí sola. En la actualidad, cuando recibe un nuevo reconocimiento, Ricardo no levanta la voz. Solo baja la mirada, da las gracias, y se vuelve hacia los suyos: “Siempre he tenido equipos extraordinarios. Todos han sido importantes”.
Y en ese “todos” cabe una vida entera. Y en esa vida, cabe Zamora.